Barco pirata

Los piratas

20/12/2022
Redacción
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Mucho después de la llegada de Tudio a la zona que hoy conocemos como las Rí­as Baixas, la paz de sus habitantes se vio en peligro. Cuenta la leyenda que estando establecidos los griegos en la villa de Herizana, desde donde se dedicaban , mayormente, al comercio con tierras lejanas y perdidas, y los hijos de Teucro desde su poblado del mismo modo que los griegos.

Se vio quebrada allí­ la paz con la llegada de un nuevo pueblo de piratas, unos hombres de raza desconocida, que se asentaron en la boca de la rí­a de Teucro (Rí­a de Pontevedra) y cundió la desolación. Esta tribu de piratas interceptaba toda embarcación que se dirigí­a al fondo de la rí­a y se apoderaba de los barcos y las mercancí­as ajenas.

Ante el peligro de que estos avanzaran hacia tierra firme , haciendo peligrar así­ el poblado de Teucro, los caudillos de las tribus cercanas se reunieron en asamblea. Los hijos de Teucro y los helenos consideraron el peligro que representaban los piratas. La situación era insostenible, el poblado teucrano estaba asolado.

Ningún barco habí­a llegado a puerto desde que se asentaran los bárbaros en la boca de la rí­a. No habí­a mercado y los mercaderes habí­an huido con su dinero a otros lugares más seguros.

Los barcos de los piratas hací­an temblar a la población cada vez que se adentraban en la rí­a. Los pescadores no salí­an a la mar por miedo, no llegaban las mercancí­as y la población estaba inquieta.

Los caudillos juraron defenderse de ellos, pero no osaron parlamentar ni movilizar los guerreros, dejando desprotegidos a los otros poblados. Pero los mercaderes que vení­an de un mar civilizado, decí­an en el puerto de Herizana, que ya conocí­an a aquellos piratas y que eran un grupo de huidos de un gran paí­s.

Al acabar el invierno , el jefe de los piratas llegó a las puertas del poblado teucrano rodeado de 12 guerreros, que se vení­an a despedir y a disculparse por los problemas causados durante el otoño e invierno. Los caudillos estrecharon su mano y curiosos, preguntaron por qué se iban y hacia dónde. El pirata les explicó que su pueblo habí­a sido aniquilado por otro mayor y que los mercaderes ya habí­an informado al césar de su estancia en esas costas y que vendrí­a en su busca enseguida.

Algunos caudillos de la tierra vieron que el pirata era de su misma raza, tení­an el pelo de su mismo color, llevaban vestimentas parecidas a la suyas y tení­an pocas dificultades en comunicarse. Viendo esto, los caudillos decidieron apiadarse de los piratas y le indicaron que dirigiese su pueblo hacia Brigantium (Betanzos, A Coruña) y allí­ pidiesen consejo al caudillo de la ciudad para ir a la isla que «nadie conoce» y protegerse así­ del exterminio de su sangre. Agradecido, el pirata les dio todas las mercancí­as que no podí­an llevarse en los barcos a su nuevo destino y se fue raudo.

En la siguiente primavera, los mercaderes que llegaban no quedaban atracados ni un solo dí­a en los puertos. Un mercader gaditano, en secreto, se dirigió al caudillo de Herizana diciéndole:

Los barcos ya no paran en vuestras costas pero por compromiso, ya que un gran ejército ha de venir a matar a los piratas y a dominar los mares.

El caudillo no lo tomó en cuenta y pensó que en caso de extrema necesidad su pueblo era de grandes guerreros y el secreto de la isla que «nadie conoce» serí­a su último recurso.

Pues bien, una luna después , llegó una flota de barcos de guerra que vení­an a luchar y a conquistar todo aquello que se les antojara, traí­an dinero para sobornar uno a uno, a los habitantes de las Rí­as Baixas y los mares dejaron de ser libres. Dejaron de ser libres desde aquel momento hasta la eternidad y la gente de Brigantium, los únicos que sabí­an como llegar a la isla, murieron por no deponer las armas ante el césar, y su raza, la de los helenos y la de los teucranos que habitaban en la Gallaecia tocó a su fin.»

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