El mercurio, un metal pesado ubicuo y altamente tóxico, se ha convertido en una preocupación creciente en la seguridad alimentaria. Este elemento se encuentra en dos formas principales en el medio ambiente: mercurio inorgánico y metilmercurio, siendo este último el más preocupante debido a su alta toxicidad y prevalencia en la cadena alimentaria.
El metilmercurio se forma cuando el mercurio inorgánico es metilado por microorganismos en ambientes acuáticos. Este compuesto se bioacumula en los tejidos de los peces y mariscos, y se biomagnifica a medida que asciende en la cadena alimentaria. Como resultado, los peces depredadores de mayor tamaño y de vida más larga, como el atún, el pez espada y el tiburón, tienden a tener los niveles más altos de metilmercurio (Scheuhammer et al., 2007).
La exposición al mercurio, especialmente al metilmercurio, puede tener graves consecuencias para la salud humana. Según la Organización Mundial de la Salud, el metilmercurio es neurotóxico y puede afectar el sistema nervioso en desarrollo, lo que es particularmente preocupante para las mujeres embarazadas y los niños pequeños (WHO, 2017).
Un estudio longitudinal en las Islas Feroe, publicado en *The Lancet* en 2004, encontró que la exposición prenatal al metilmercurio, principalmente a través del consumo de pescado contaminado por la madre, estaba asociada con déficits en la función cognitiva, la memoria, la atención y el lenguaje en los niños (Debes et al., 2004).
La presencia de mercurio en los alimentos es un problema de salud pública que requiere una atención inmediata. Es esencial que se realicen más investigaciones para entender completamente los efectos del mercurio en la salud humana y para desarrollar estrategias efectivas para reducir la exposición al mercurio a través de la dieta.
La Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) y la Agencia de Protección Ambiental (EPA) han emitido recomendaciones conjuntas para limitar el consumo de ciertos tipos de pescado y mariscos con alto contenido de mercurio, especialmente para las mujeres embarazadas, las madres lactantes, y los niños pequeños (FDA, 2017).
En conclusión, el mercurio en nuestra dieta es una amenaza oculta pero real para nuestra salud. Es imperativo que tomemos medidas para proteger nuestra salud y la de las generaciones futuras.
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